La vacuidad
Lyzandro Herrera
Segunda y última parte.- Ese conjunto de piezas de madera puestos de tal modo es para nosotros una mesa. Si se rompe una pata y la cambiamos por otra nueva. Ahora la mesa sigue teniendo la misma forma de antes, pero ¿sigue siendo la misma mesa? Al año se le rompe otra pata, y volvemos a sustituirla por otra nueva, y al otro año otra, y otra, y luego la tabla, que también sustituimos. Hemos ido poco a poco cambiado cada una de sus partes por otra hasta formar otra mesa totalmente nueva y, en cambio, en nuestra cabeza, sigue siendo la misma mesa, cosa que no es cierta. Es más, incluso aunque no se hubiese roto ni hubiésemos cambiado ninguna de sus partes, ese conjunto de piezas de madera formaban hace algunos años parte de otras piezas de madera mayores en alguna carpintería, y antes de eso eran madera de uno o varios árboles, y todavía antes de eso no eran más que el agua y nutrientes con los que la semilla del árbol del que salieron usó para crear dicha madera. Nada de todas estas cosas mencionadas tenía entidad propia, nada de ellas existe infinitamente, no hay nada en ellas de lo que se pueda afirmar: esto es tal y siempre será tal, y no será nunca otra cosa. De este modo, nada existe cómo lo que es y punto. Nosotros mismos, no somos más que un conjunto de órganos, huesos y demás, que se formaron a partir de otras sustancias, que sufren cambios cada día y que algún día se extinguirán. Nuestra propia mente o conciencia es un flujo continuo de ideas, sensaciones y sentimientos que se originan, cambian y se extinguen, de manera que ni siempre tenemos la misma conciencia ni el mismo cuerpo. Cada segundo somos algo diferente, desde que nos originamos hasta que desaparecemos, y sin embargo creemos conservar la identidad a lo largo de toda nuestra vida. Es cuanto.