Sexting en Yucatán
Amira Corrales
¿Es normal la violencia? ¿Es verdad que el ser humano la tiene en sus genes? ¿Nacemos con ella o la aprendemos? Las ciencias han contestado varias de ellas, sólo que la falta de conocimientos en sociedades pobres, con poca educación, así como también el establecimiento de normas y valores tradicionales que obedecen propósitos ocultos, no han permitido que las respuestas aproximadas a la verdad sean reveladas. La Psicología, Sociología y Biología Evolucionistas dicen que lo que seres humanos tenemos en nuestro ADN es la agresión. La agresión es una forma de responder a un ataque, una amenaza, algo que ponga en peligro nuestra vida o seguridad. También los animales la presentan. Sin embargo, la violencia tiene que ver con una serie de emociones incontroladas, que no se saben canalizar, sublimar, regular, es decir, emociones salvajes que nos rebajan a lo primitivo. Pero también la violencia se aprende culturalmente: en sociedades que la normalizan, la establecen como ejemplo o modelo a seguir. Culturas donde el machismo gobierna y violenta tanto a mujeres como a otros hombres, por tradiciones que sólo benefician a un grupo: a los varones. Verdaderamente preocupante es también la violencia sobre los cuerpos, y no hablo sólo de la violencia física, que también es invisibilizada, sino aquella violencia sexual que cosifica los cuerpos de las mujeres, las convierte en objetos sexuales, de ornamento y pornografía y por tanto de humillación a su persona y dignidad. Las culturas machistas, patriarcales establecen las normas sexuales de forma diferente para varón y mujer. Las mujeres siempre la llevamos de perder, ya que las restricciones a nuestra libertad sexual son muy severas; además tienden a clasificarnos en dos tipos: las santas y las putas. Dentro de esta cárcel sexual, hay un elemento muy peligroso que es el amor romántico y sus enseñanzas, por él puedes aguantar cualquier cosa, como el control y la traición. El descubrimiento de una red de sexting por parte de alumnos de una Universidad católica en Yucatán, que exhibía los cuerpos de alumnas sin su consentimiento, pone la llaga en el dedo de un recalcitrante machismo mexicano perseverante.